El pasado mes de octubre ha sido, para mi, una etapa muy fructífera en cuanto a lo de escribir. Días de recoger lo sembrado como en una vendimia tardía. También, no lo voy a negar, ha habido alguna desilusión, pero el cómputo global ha sido más que positivo y todavía quedan algunas cositas por concretar. Por poner solo un par de ejemplos, La sabiduría de los líquenes ha sido publicado en el número de octubre de la revista chilena Entre paréntesis y El licántropo ha hecho lo propio en Huellas de tinta . También gané unos libritos muy chulos de la Editorial Almadía en una dinámica veraniega con otro microrrelato y ya digo que hay bastantes cosas pendientes.
Para celebrar la primavera, cuando por estos lares los campos se visten del amarillo de la colza (ya se sabe en abril, amarillos mil) y de paso, aprovechando que el Pisuerga pasa por Vallladolid, recupero un microrrelato que andaba por ahí medio perdido y al que le tengo especial cariño.
Cuando lo pusé en Instagram, apunté que tenía en la mente (y en el corazoncito) a mi buen amigo, Fran Figueiral y hoy meses después siento lo mismo :-)
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