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El tiempo

Cuánto tiempo sin pasar por aquí, sin bloguear. Curioso lo del tiempo que a veces es como el viento y otras se enreda en los engranajes de los relojes y camina a paso de tortuga. Echaba de menos el escribir sin pretensiones, lo que vaya saliendo, sin tanto corregir, porque cuando tienes intención de publicar lo que escribes, mejor dicho, que alguien te haga caso, lease una editorial, un concurso o una revista literaria, la cosa se complica y hay que temner mucha paciencia. El tiempo, volvemos a lo mismo se vuelve una masa viscosa como en aquellos relojes de Dalí, de La persistencia de la memoria . Más que de memoria, de la que no voy  muy sobrado, lo que yo vengo a constatar es la paciencia , la que hay que tener cuando eres un don nadie y quieres gritarle al mundo que escribes y que no lo haces demasiado mal, modestia aparte. Acaba uno mirando el correo varias veces al día y nada, no hay más que promociones y demás mierdas. Los plazos de los cuncursos son interminables, las respuesta

Beethoven

La penúltima consigna del Club

Llegaste un buen día, hace tantos años ya que no puedo recordar la fecha. Lo que iba a ser provisional, como tantas veces pasa, se convirtió en definitivo. Eras tan joven y bonito, poco más que un cachorro. Con ese pelo blanco tan abundante, tan suave. Tu blancura se iba tiñendo del color de la tierra de los caminos y arroyos del pueblo. Se te enredó tanto el pelo que parecías un rasta, un rastafari blanquito. Recuerdo que una señora del pueblo me regañaba: qué como te llevaba así, sin cepillar. Por aquella época ni siquiera yo me peinaba demasiado, todavía confiábamos en el viento.

Fuimos aprendiendo a manejar tu pelaje. Ya sabes, tuvimos que ponerlo en manos de una profesional estupenda que ya se jubiló, por cierto. Todos los meses te dejaba como un pincel, tan guapo. Un día llegó el otro, tú le mirabas con cierto recelo, hasta que un día le dijiste: ¿pero tú no venías a pasar unos días? 

Pero Caspi también se quedó. El pobre tenía un futuro bien incierto, cosa de los humanos que somos unos inconscientes. Desde entonces sois como hermanos, eso se piensa la gente cuando salimos de paseo. Parecidos y a la vez tan diferentes, casi opuestos, tanto que muchas veces pone a prueba tu paciencia. Él es un poco macarra, rápido y avispado y a la vez tan miedoso. Un pequeño salvaje. Tú en cambio siempre tan reflexivo, tan sabio, la calma hecha perro.


Después llegó la revolución, cuando apareció Zoe, tan chiquita. Otra humana, rompiendo el equilibrio entre bípedos y cuadrúpedos y puso todo patas arriba con su energía, su llanto y su risa. Era tan bonita. 

Y así, nos convertimos en familia “numerosa”, en verano íbamos a la playa y en invierno a la nieve. Los años han ido pasando tan deprisa entre paseos, siestas y algún que otro charco.
Ayer, cuando llegué a casa tras unos días fuera, te saludé con cariño y no pude evitar temblar. Son muchos años ya para un solo bichón. Te cuesta andar, prefieres estar tumbado, a veces te desorientas… Y no se puede hacer mucho, solo quererte, compañero, visitar a Patri, la veterinaria…
Me maravilla la dignidad con la que llevas tus múltiples achaques, sin lamentos. A veces te saco a la calle en brazos a hacer tus cosas y luego vienes andando tan despacio. La gente nos mira sorprendida. Ahora que todo el mundo tiene perros, me pregunto cuantos no acabaran en la protectora donde trabaja como voluntaria Elena. Tú que eres tan listo (y un poco místico, sospecho yo) observas con recelo como todas las parejas recién instaladas se agencian una “mascota” en cuanto firman el contrato de alquiler, como si todo viniera en el pack. Me dices que también hay humanos sensatos que nos tratan muy bien y no se cansan, que hay algunos que incluso nos humanizan demasiado. 
Yo no sé qué decirte, compañero. Los humanos somos unos bichos muy raros. Para nosotras Casper y tú sois parte de la familia, dos mamíferos más de la manada. 

Como dice Zoe, TE QUEREMOS TANTO QUE NO VEAS

 #nocompresadopta

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